Una de las cosas que vamos a ver en todo este proceso de
cambio de modelo que estamos viviendo, es una reestructuración completa del
sistema fiscal. Los europeos además tenemos la añadidura de que vamos a vivir
el proceso de nuestra propia unificación fiscal, para la cual se tendrán que
armonizar criterios.
Una vez más, estos criterios no obedecerán a una voluntad política,
y serán en mayor medida una cuestión técnica. Por eso no solo Europa jugará con
unas normas unificadas, si no que el mundo tiende, en su conjunto, a tener políticas
fiscales muy similares.
El principal dilema que suele plantearse la gente cuando se
habla de cuestiones fiscales es si la mayor carga fiscal debe de ser directa
(simplificando, básicamente lo que entendemos por IRPF) o indirecta
(simplificando, básicamente lo que entendemos por IVA).
En el modelo anterior, donde el “bienestar” de la gente, o lo “bien que le podía ir en la vida” se medía
fundamentalmente por su capacidad de consumo, existía un criterio muy
generalizado de que la mayor carga fiscal debía de ser directa, y dejar la indirecta
lo más baja posible.
De esta manera, se pretendía disminuir las diferencias de
poder adquisitivo entre los distintos ciudadanos de una sociedad, fomentando
así que los que menos ingresos tuviesen también pudiesen acceder a una cierta
capacidad de consumo. Esto (y de nuevo
una vez más) no correspondía a satisfacer una demanda de la sociedad, (aunque por
propaganda así se pudo vender), sino que correspondía a un interés del propio
modelo, que recordemos estaba basado en el hiperconsumo. Así que evidentemente
a un modelo basado en el hiperconsumo, le interesaba una política fiscal que
fomentase el consumo, es de cajón.
Pero ahora, a las puertas de un nuevo modelo, de una nueva era a la que ya se le está llamando “La
era del post consumo”, los principios
por los que el modelo se va a regir para poder sobrevivir dentro del sistema
van a ser distintos, y por lo tanto los criterios fiscales se van a adaptar a
ello.
¿Y qué es lo que pasa en el nuevo modelo? Pues que cada vez
va a ser más difícil “trabajar” y lo pongo entre comillas porque el propio
concepto del trabajo puede cambiar tanto que ni siquiera estoy seguro de que
utilizar la misma palabra que hemos usado hasta ahora sea lo más apropiado. En
cualquier caso podríamos decir que cada vez va a ser más difícil “ser capaz de desarrollar
una actividad que cree valor”, sí, así sin duda creo que queda mucho mejor.
Por lo tanto, en un entorno en el que el modelo ya no va a
ser el fomento del hiperconsumo, y en el que crear valor cada vez va a ser más difícil
¿cuál es por pura lógica el criterio fiscal que puede preverse? Pues sin duda uno en el que se penalice el “trabajo”
o “la creación de valor” mucho menos que
ahora, y que en contrapartida se penalice el consumo.
Mirémoslo de otra forma, y hagámonos estas dos preguntas: ¿Quiénes
son los más beneficiados del sistema?; ¿Y los que más aportan al sistema? (nótese
que aquí hablo de sistema y no de modelo).
Cuando a la gente se le plantean esas dos preguntas caen siempre
en el mismo error: Pensar las respuestas en base a grupos determinados de
personas. “Los más beneficiados del sistema son “tales” y los que más aportan
al sistema son “tales otros”.
Generalmente la frase queda como “Los que más se benefician
del sistema son los ricos y los que más aportan son los trabajadores”.
Pero démosle una vuelta a esto: ¿Y si en vez de pensar en
beneficiarios y aportadores como grupos cerrados de personas pensamos en
beneficiados y aportadores en acciones concretas de cualquier persona? Es decir, ¿y si todos fuésemos al mismo tiempo los mayores
beneficiados del sistema y también pudiésemos
ser los mayores aportadores al sistema?
Pues por sorprendente que les parezca es así: todos y cada
uno de nosotros somos los mayores beneficiados del sistema cuando actuamos como
consumidores, disfrutamos de lo que el sistema nos da, fruto del trabajo de
otros. Y por tanto como un yin yang perfecto en el que se compensa una fuerza
con la otra, también todos nosotros podemos ser los mayores aportadores del
sistema cuando trabajamos, o como yo prefiero expresarlo, “cuando realizamos
alguna actividad que aporte valor a los demás”.
Así que visto desde un punto de vista de la “justicia fiscal”
es de pura lógica que todos nosotros hagamos un esfuerzo de compensación a la
sociedad cuando disfrutamos de ser los mayores beneficiados del sistema, y al
mismo tiempo, y máxime teniendo presente que la creación de valor va a ser cada
vez más compleja, es de pura lógica también, penalizar lo menos posible a aquel
que sea capaz de crear valor para los demás, convirtiéndose en ese momento en
aportador al sistema.
Por supuesto los impuestos indirectos no deberían de ser tan
fijos como lo son actualmente, no deberían de haber 2 o 3 escalones de IVA, si
no muchos más, y en servicios como el gas, agua o la electricidad ni siquiera deberían
de ser escalonados, sino continuamente crecientes de forma exponencial. Para
que se entienda: llevado al límite sería plantear que los primeros litros de
agua o los primeros kWh consumidos por una persona en su casa fuesen gratis a
base de un IVA negativo, y que esto se pagase con un IVA exponencialmente
creciente de quienes más consumiesen. Así mismo deberían de aparecer IVAs
especialmente altos a productos determinados.
Todo eso puede quedar lejos, pero lo que no queda nada lejos
es que el IVA general, el que nos afecta en la gran cantidad de bienes que
consumimos, tienda al alza.
Y termino el texto diciendo lo mismo que cuando he empezado,
esto no es cuestión de una voluntad política, cada vez menos cosas lo son. Por
eso, independientemente de la composición de colores del próximo gobierno, es
de esperar que en no mucho tiempo veamos un tipo de IVA general al 23 %.
Saludos.
FICHARA
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