viernes, 15 de noviembre de 2013

VELEROS, TESTAROSSAS Y CANCIONES DE MADONNA






Dicen que la música es un reflejo del estado de ánimo de las distintas sociedades en cada momento.


¿Se han parado a escuchar la música de los 80? Era absolutamente explosiva, te incitaba a moverte y a soñar despierto.


Y es que si ha habido una época en la que en Occidente nos creímos que todo era posible, que íbamos hacia el infinito y que lo que inundaba a la sociedad era el optimismo, esa fue la de los 80.


Occidente teníamos el mundo a nuestros pies, cada día aparecían cosas nuevas que comprar, la electrónica de consumo se disparó, y parecía que el mundo sería así para siempre a partir de entonces, o al menos la cara bonita del mundo donde algunos habíamos tenido la enorme suerte de poder nacer.


Una de las cosas que siempre he querido intentar es hacerle entender a la gente de otras generaciones como veía la vida un niño nacido en los 80, cual fue la primera impresión que se llevó de este mundo y que mensajes entraron en su cabeza en su tierna infancia.




Sitúense, los que tuvieron hijos en los 80 venían de épocas de escasez, y vieron como el mundo avanzaba de forma espectacular mientras ellos crecían. Vivieron en directo la jodida carrera espacial, 


¿Qué puede pensar alguien que de pequeño pasó ciertas carencias (no demasiadas así que no lloriqueen mucho tampoco) y que en su adolescencia vio llegar el hombre a la Luna? ¿Qué podía pensar esa misma persona si al acabar la carrera y buscar empleo a principios de los 80 tenía donde elegir y le subían el salario con relativa continuidad?

Pues que el mundo estaba en expansión. Una expansión brutal, y el mensaje que caló es que eso sería la norma a partir de ahora.


Optimismo en estado puro, si haces las cosas bien la vida te compensará por ello. Mientras no fueses un yonki tenías posibilidades. El que estudia gana, el que trabaja gana,  haz lo que hay que hacer y el mundo te lo ofrecerá todo.


Y en ese contexto de lujuria del optimismo tuvieron a sus hijos. Piensen en la proyección que pudieron transmitir a sus hijos basándose en el crecimiento que ellos mismos habían vivido.


El resultado es que para ellos la gloria era el destino. El sistema nos decía que todo el mundo podía llegar al infinito, y eso en los 80 era fácil de creer.


Si la proyección de crecimiento seguía en la misma línea, el Testarossa sería posible para sus hijos, y el barco, y cualquier cosa.







Pero la vida tiene sus cosas cómicas, y es que el modelo hiperconsumista y expansivo Occidental llegó a su fin justo cuando los hijos de los 80 acabaron la carrera y se pusieron a buscar trabajo.


Habían estudiado, habían hecho lo que había que hacer, pero el mundo había cambiado demasiado desde su infancia y ahora las cosas ya no iban a ser como se pensaba.


¿Ferraris para todos? No es posible, lo siento, aunque en los 80 te dijesen que si, y te regalasen uno de juguete para que te fueses familiarizando con la marca, ya que posiblemente pudieses acabar conduciendo uno de verdad.


Vaya, que putada, lo siento chaval, error de cálculo, el optimismo eufórico de los 80 se quedó en eso, al final resultaba que este globo no daba para tanto, nos hemos comido casi toda la tarta y ahora lo que queda hay que administrarlo con austeridad.


Ironías de la vida, esa generación que pensaba que sus hijos disfrutarían de un estado de bien estar y de hiperconsumo infinito se han acabado dado cuenta que es cierto, ha existido una generación que ha vivido eso, que se ha comido la tarta, pero no han sido sus hijos, han sido ellos mismos.


FICHARA

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